Traducteur du Prix de l’auteur suisse romande Antoinette Rychner, dans le cadre de l’atelier français/espagnol de la Fabrique des traducteurs, Hugo López Araiza Bravo nous fait partager dans un récit plein d’humour ses conditions de travail en collectivité au Collège des traducteurs. Scènes de chasse pour la meilleure chaise, barricades de dictionnaires pour marquer son territoire, la bibliothèque du CITL ensauvage les esprits de nos jeunes traducteurs.
El juego de las sillas
Hay que ver lo que es vivir en comuna. En principio todo es de todos. Y como todos estamos de paso, en principio nadie tampoco eligió nada. Es volver a la caza-recolección, y el traductor, sedentario-agrícola por excelencia, sufre. Desde San Jerónimo, lo que se nos da es la ermita. Cada cual ha acondicionado su cueva acorde con sus manías. El estante de diccionarios en el orden específico, la pantalla a la altura que nos dictó el cuello, la mesa amplia para extenderse a gusto, el teclado perfecto, la silla. Ay, la silla, que nos acoge en su regazo durante las jornadas de 10 horas. Hay que elegirla al dedillo, acolchada para no quedar planos pero dura para no dormirnos, de altura ajustable o por lo menos adecuada a nuestra mesa, con el respaldo justo para nuestra espalda viciada. La silla es el centro de la ermita. Pero aquí no hay cueva, esto es la vuelta a las llanuras y la temporada de caza está abierta. Hay que construir refugios temporales.
Al principio fue la tribu. Todos en círculo, afables sonrisas. Sillas idénticas. En esa planicie de grandes vientos, perfecta para aventar ideas y que le peguen al otro en plena cara, comenzamos las trincheras. El muro de diccionarios, el portón de las pantallas. Cómo explicarle a aquélla que prefieres que no tome el Diccionario de uso de las preposiciones españolas porque lo tienes a la altura exacta para impedir que veas cómo aquel otro se truena los pulgares cada diez minutos. Ni modo, habrá que fingir que necesitas los tres tomos del de mexicanismos, o refulgir de cinismo e ir de plano por el de mandarín, tan útil por grueso y poco demandado. Pero es endeble, tan endeble. Ni siquiera unos audífonos bien puestos son defensa suficiente contra la distracción constante. Habrá que salir de la planicie, huir de los depredadores, adentrarse en el bosque de estantes.
Hay algunos claros bien delimitados con señales de haberse utilizado antes. Un libro abierto sobre un atril, la computadora de escritorio tintineante, una taza abandonada. No puedes estar seguro, a lo mejor siguen habitados. En todo caso, vacíos por el momento. La tribu se esparce. Encuentras un escritorio ideal, de cara a la ventana. ¡El mundo de afuera sí existe! Pero claro, no podía no haberlo visto nadie. Llega la dueña, y tu otra congénere a la que también se le antoja, y una más que también le entra al quite. Terminan en un amable acuerdo de que el que llegue primero apaña, sin correr porque somos civilizados. De cualquier forma, no tardan en darse cuenta de que el privilegio de la ventana incluye la tarea cansina de explicarles a los turistas, que siempre se pierden, siempre encuentran la manera de hacerle a una señas desde el otro lado del vidrio, que no por estar ahí una refundida tiene que saber dónde está todo. Al contrario, estar adentro implica, necesariamente, no estar afuera nunca.
Y aun en los claros el problema de las sillas persiste. Ya identificaste varias especies: las pequeñas y redondas, duras de madera, de respaldo bajo para acomodar bien la joroba, abundan en la planicie y se han adentrado poco a poco al bosque; ante los escritorios hay unas grandes, negras, plasticosas, que presumen un respaldo reforzado y con la maña protestante de rebotarte al suelo si intentas recostarte para descansar; están también las contrarias, sólo dos, emparentadas pero en realidad no de la misma especie que optaron por el laissez faire y te permiten recostar la espalda hasta donde quieras, pasar de los 180º si te distraes y te apetece, que te obligan a dar mil vueltas a sus perillitas de falsas esperanzas o a ejercitar el abdomen porque igual ya te hacía falta. Y está la mía, muy mía, la que no describo porque atesoro y voy a esconder a partir de hoy mismo detrás de un carrito de cadáveres librescos. La mía, mi silla. Por ahora.
Hugo López Araiza Bravo
9 de mayo de 2017
Les Encres fraîches de l’atelier français/espagnol
• Lundi 5 juin 2017 à 18h30 au CITL d’Arles – Entrée libre
• Mercredi 7 juin 2017 à 20h30 – à la Maison de la poésie de Paris dans le cadre de la 3e édition du Printemps de la traduction.
Passage Molière – 157, rue Saint-Martin – 75003 Paris
Réservation conseillée
Bouquet final de l’atelier français-espagnol de la Fabrique des traducteurs : après dix semaines passées au CITL d’Arles, c’est en voix et en scène que six jeunes traducteurs venus d’Argentine, de France, d’Espagne et du Mexique partagent avec le public les livres qu’ils ont choisi de porter dans leur langue. On entendra en français et en espagnol des poèmes chiliens (María José Ferrada), des morceaux choisis de romans d’aventures maritimes et révolutionnaires venus du Pérou et du Nicaragua (Irma del Águila et Daniel Martínez), ainsi que de grandes œuvres des littératures canadienne, française et suisse : intimiste, pacifiste ou expérimentale (Gabrielle Roy, Romain Rolland et Antoinette Rychner).
Avec Métissa André, Melina Blostein, Lucile Leclair, Hugo López Araiza Bravo, Núria Molines Galarza et Éric Reyes
Mise en voix par Dominique Léandri